A mediados del siglo XIX, la frontera sur de la provincia de Buenos Aires intentaba acomodarse a las convulsiones de un país que, como una frazada corta, no alcanzaba a cubrir sus extremidades. El gobierno porteño no quitaba su mirada de la Confederación. Entre el Azul y Tandil, fortineros, criollos, indios y los primeros inmigrantes, improvisaban estrategias para sobrevivir en un espacio donde escaseaba todo menos coraje.